De chico fui al Zoológico de Córdoba. Recuerdo haber defendido nuestro hermoso zoológicos frente al de los porteños que no parecía otra cosa que una plaza con jaulas, o al de Mendoza, apenas una ladera de cerro. En Córdoba el zoológico está dentro de un barranco natural. Las jaulas estaban modeladas para el entorno, las fosas eran enormes y la vegetación abundante. Un arroyito recorría todo el largo del barranco que terminaba en una laguna llena de aves acuáticas. Lo mejor de todo era el trencito que permitía hacer el recorrido de todo el zoo por unas monedas. Además, el zoo es sede de un serpentario dónde don Jorge W. Ábalos preparaba sueros antiofídios extrayendo veneno a culebras y serpientes.
Un día, en esas rabonas (en Córdoba se le dice "Chupina") que hacíamos en el secundario, me acerqué a la gran jaula del cóndor. Lo buscaba por los sitios más elevados del lugar pero lo encontré quedo en un ramerío a medio árbol. Una jaula penosa y triste que deslucía y parecía encarcelar a la poderosa ave. Una pluma enorme estaba a orillas del alambrado. Venciendo todos los miedos metí mi mano en la jaula y me llevé la pluma a casa. La tuve por años y años entre mis libros de la secundaria.
Lo visité hace pocos veranos con mi familia. Muchas de esas jaulas aprisionadas siguen estando pero ya no con aves presas. Como todos los zoológicos de mundo han cambiado su filosofía acercándose al conservacionismo. Sigue siendo un espacio natural muy hermoso pero también sigue siendo un "zoológico".
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