Allá por noviembre de 2007 fuimos junto a los niños de la Iglesia a un pic-nic en Lago Puelo. El día estaba hermoso y el cielo despejado. Unas nubes blanquecinas corrían tras el viento patagónico.
Como es de esperar, se armó un picadito, corridas y carreritas, juegos al aire libre y toda la mar en coche. De pronto, en el prado lleno de margaritas una figura conocida gritó su alerta: era un tero que a pesar de gritar no se movía. Lo vieron mis hijos y me vinieron a buscar: el tero estaba empollando tres huevos y los chicos amenazaban con pisarlos en cualquier momento.
Recuerdo que no sabía qué hacer para proteger el nido. Lo primero fue determinar otro sector para los juegos, lo otro fue no tocar la botella de plástico que estaba allí, al menos servía de señal para levantar el pie o bien para recordar donde estaba el nido. Lo siguiente fue no dar aviso a nadie pues mejor evitar curiosos.
El nido de tero no es más que una ondanada natural en el piso, ni siquiera marcado con un tapizado o caviadad o algo que indique labor alguna. Imagino que es un sitio elegido pero ignoro cuales son las cualidades buscadas por la pareja para ello.
Hasta que dejamos el predio a la tarde y a pesar de las muchas personas que siguieron llegando, los huevos siguieron allí. Este fue el primer nido de aves con el que me topé en mi carrera de Observador de Aves. ¿Qué habrá pasado con la nidada? ¿Habrán nacido los pichones?Preguntas que quedarán en la incógnita para siempre.
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