El Chingolo - Javier Villafañe

Javier Villafañe
(1957) Emecé Editores. Bs.As.
Tiene la cabeza gris con dibujos negruzcos y un gorro oscuro que erina en un ligero copete, el lomo, las alas y la cola, marrón, gris y canela, una pechera clara con dos botones, el abdomen blancuzco, marrón el pico y las patitas grises.Camina dando saltitos. Manso y confiado entra en las casas como de visita; se pasea por los jardines y los patios comiendo migas de pan, granos, semillas e insectos y, de paso, suele probar la carne que se orea en las ramas de los árboles o en las vigas de los aleros.
Hace el nido generalmente en el suelo con cerdas y lo recubre con pajas y raíces. Es alegre y madrugador. Se oye su música al apuntar el día; a veces interrumpe el sueño y canta a la medianoche para anunciar buen tiempo.
Cuando pía insistentemente en la puerta de una casa, avisa, y no se equivoca, que llegarán parientes o una carta con noticias agradables.
El gorrión lo corre de las ciudades y el tordo le da trabajo: le regala los huevos para que se los empolle.
El chingolo era un muchacho rubio y delgado. De tarde paseaba por el pueblo montado en un caballo blanco. No tenía amigos, ni quería tenerlos. Nadie sabía de dónde había venido, ni quiénes eran sus padres. No hablaba con ningún vecino; sólo le conocían la voz por haberlo oído cantar. Eso sí; era buen cantor y buen guitarrero.
–¡Lástima de muchacho –decían algunos viejos aficionados a la música– que sea tan arisco y pendenciero!
Durante el día se lo veía por todas partes con su caballo y su guitarra, cantando. Por los senderos del monte, en los cañaverales, a orillas de los arroyos, en las quebradas y en las lomas. Y al atardecer, cuando se encendía la primera estrella, salía al galope y se perdía en el camino como si huyera de la oscuridad.
Muchos se preguntaban: ¿Dónde vive el muchacho del caballo blanco y de la guitarra? ¿En qué lugar del monte tiene su guarida? ¿Quién se encontró con él durante la noche?
Cierta vez llegó como de costumbre al pueblo. Era una tarde de fiesta. A la sombra de un jacarandá se había formado rueda en torno a un forastero, quien, sentado en una piedra, tocaba la guitarra y cantaba.
El muchacho se detuvo para escucharlo. De pronto se apeó del caballo, se abrió paso entre la gente y cuando llegó al lado del forastero le dijo, desafiándolo:
–¡Cierre ese pico, amigo! ¡Aquí no hay más cantor que yo!
El forastero sonrió y sin hacerle caso siguió cantando.
Entonces el muchacho le arrancó la guitarra, la partió en dos con un golpe de rodilla y la arrojó a los pies del auditorio que, en silencio, retrocedía ensanchando la rueda.
–¡Aquí no hay más cantor que yo! –volvió a repetir.
Se incorporó el forastero. Era inevitable el duelo. Ambos, a un mismo tiempo, desenvainaron los cuchillos. Estaban frente a frente, inmóviles. Los pechos jadeantes y un fuego filoso en las miradas.
El forastero fue el primero en atacar; erró el golpe y encontró la muerte. Cayó al pie del jacarandá, mirando el cielo, enredado en las cuerdas rotas de su guitarra.
–¡Aquí no hay más cantor que yo! –gritó el muchacho del caballo blanco.
Y cuando se disponía a huir, lo detuvieron. Lo engrillaron y lo encerraron en un calabozo. Al día siguiente, al alba, escapó por entre las rejas convertido en un pájaro.
Ésta es la historia del chingolo. Quizá sea verdadera. Porque si lo vemos bien de cerca, observamos que aún lleva puesto un gorro de presidiario y que todavía conserva los grillos que no le permiten andar sino dando saltitos.
Y desde que los gallos despiertan el día hasta las últimas luces de la tarde, vuela por los montes, por los cañaverales, por las orillas de los arroyos, por las quebradas y las lomas, como si anduviera buscando a su caballo blanco y a su guitarra.
Y aquellos que saben interpretar el lenguaje de los pájaros, dicen que el chingolo pide en su canto que le quiten los grillos y el gorro de presidiario. Y aseguran –yo lo creo– que por eso canta.

Otros nombres populares: en la Argentina, chincol, chuschin, cachilo, cachilito, coludo, iquincho, icacú, vichú, afrecherito, bitiche, cabeza atada, chisca, joyerito, icancho, ppachiuschis; en el Uruguay, chingolo, tico tico; en Bolivia, pfichitanca, gorrión, huaichu, hortelano, tres pesos; en el Perú, gorrión, pfichitanca, tanca, pichinchurro, pichurro, pichirro, pichiusa, pichuchanca; los guaraníes, nanimbé. 

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