Sin auto

Mi papá se compró su primer auto a los cuarenta y tantos. Trabajador de toda la vida, el sueldo y la familia numerosa no daba para ahorrar allá por los ochenta. Fue un Ford Fairlane que yo alcancé a manejar antes de irme a estudiar a Buenos Aires. Era prácticamente una lancha, tenía un andar sereno y largo salvo cuando lo manejaba yo…
Yo para no ser menos me compré mi primer auto a los cuarenta recién estrenados. Un Peugeot 504 que ya lleva dos años en la familia. Es un auto querible, un fierrazo pero ya nos quedó chico. Ayer no quiso andar el desgraciado y me dejó a pie en el centro.
Así fue que terminé esta mañana tomando el colectivo para ir a trabajar. ¡Cómo se acostumbra uno al auto!. Las trece cuadras hasta la ruta que antes eran breves se me hicieron largas e interminables. Sin embargo, el recuerdo de haberlas caminado durante años antes de la llegada del auto me alentaban a disfrutar. Recordaba las ramas donde vi por primera vez a las diucas, las perchas donde cantan los chingolos en primavera, un ramerío que vi un invierno lleno de cachañas y los postes donde paran los chimangos esperando que los vecinos saquen las bolsas de residuos.
Subí, algo cansado no lo niego, al colectivo y lleno de recuerdos. Traté de despejarme porque el amanecer tardío se veía en el este; un resplandor naranja detrás de unas nubes barridas por el viento. Esperaba ir viendo con más comodidad lugares conocidos donde solía ver aves tiempo atrás. El colectivo es mucho más alto que el auto y permite un mejor avistaje aunque resulte fugaz.
Más rápido de lo que recordaba llegamos a la curva de Playa Serena. El lago quieto entraba en la bahía haciendo honor a su nombre, sereno y planchado como un espejo. A lo lejos el naranja del cielo se difumaba y las nubes dejaban entrever un celeste pálido.
Debajo de unos sauces que aún no reverdecen una garcita bueyera achicaba su cuello escondiéndose del frío. Blanca, blanquísima, era un punto bello reflejado en la playa serena. No sé por qué la imaginé con una pata levantada. Son 500 metros a unos 60 Km/h. Un instante para una fotografía perfecta y yo sin la cámara y arriba de un colectivo. Con reflejos de observador, con torpeza de aprendiz garabateé un boceto en una hoja queriendo recordar los elementos presentes en la composición. Eran las 8:40 AM.
Cierro los ojos y veo la imagen grabada en mi memoria. Cuando me pasan estas cosas, agradezco haberme quedado sin auto… por un par de días.
Hoy es 6 de agosto de 2009. Hace más de cincuenta años, en medio de una alocada guerra mundial, los hombres lanzaban por primera vez una bomba atómica sobre una ciudad habitada por otros hombres, mujeres y niños.

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