Flotada en el Limay

El sábado despertó gris y ventoso. En Bariloche esto significa frío. Sin embargo había pronosticado unos 15º de máxima… Así que, puntualmente todos los participantes estábamos en la plaza del Centro Cívico. Dos se arrepintieron a último momento, así que fuimos ocho los de la partida. No costó mucho achicar autos. Marchamos directo hacia Rincón Chico arrancando la lista de observación con Chimangos, Caranchos y viento…
Allí nos esperaba uno de los propietarios de Extremo Sur preparando los elementos para la flotada. Seguidamente llegó nuestro guía de rafting, “el Capi”.
Difícil armarse con el salvavidas y los binoculares y la cámara, además del mate, la yerba y los termos… pero el río vestido de otoño invitaba a pasear. Así que una vez preparado todo, con instrucciones mínimas y ante el vuelo de un Martín Pescador que nos auspiciaba una buena jornada, nos subimos a la balsa.
Observamos 17 especies de aves, pero lo rico no estuvo en la variedad de especies sino en la cantidad de individuos. Nunca había visto tantos Martín Pescador: en vuelo, sobre las formaciones rocosas, en lo alto de las ramas, entre el follaje de los sauces, ¡sobre el suelo! Lo mismo con otras especies como Chimangos,  Caranchos, Remolineras Araucanas y Biguás.
Dos momentos muy especiales colmaron el recorrido. En una zona calmada del río Limay veíamos un tronco muy sospechoso, blancuzco, moteado y muy estanco en el agua. Por más que lo enfocábamos seguía pareciendo un tronco hasta que se movió alertado seguramente por la balsa y los remeros improvisados. Dejó ver su pico y descubrimos una garza. Lejos aún nos preguntábamos qué garza… ¿Bruja…? Hmmm. Colores inciertos… ¿Blanca? No, muchas zonas sombreadas… ¿Mora? Muy pálidos los tonos… Sin embargo, cuando levantó su cuello y nos oteó con curiosidad y alarma se descubrió a sí misma. Una Garza Mora de colores que nos parecieron pálidos pero Garza Mora al fin. Se levantó en vuelo con esa elegancia esbelta que las caracteriza, aleteando suavemente. Bajó más allá pero arisca, volvió a alejarse cuando la balsa se le arrimó nuevamente.
Mientras tanto, el río y la estepa iban dibujando paisajes asombrosos. Cuando no teníamos aves para observar, teníamos paisajes para contemplar. Las mesetas lejanas, las formaciones de origen volcánico, la belleza de la Segunda Angostura y el río llevándonos sobre su cauce, hicieron de por sí, un recorrido inolvidable y deseosamente repetible.
Ya acercándonos al final del recorrido, una bandada de Cabecitanegra hizo coincidir su canto con nuestro silencio. No alcanzamos a contarlos más que por redondeo. Unos cincuenta individuos canturreaban llenando de sonido la orilla del Limay. Momento impagable: el susurro del viento, la suave correntada del río, los cabecitanegras y nuestro silencio espontáneo.
Al llegar al Mangrullo nos espera un almuerzo sencillo, criollo y delicioso: unos choripanes con todos los lujos y para los vegetarianos pastas. El patio del lugar estaba poblado por  una bandada de cauquenes. Varias parejas de Cauquén Común caminaban junto a una pareja de Cauquén Real. Imperdible oportunidad didáctica para notar sus semejanzas y diferencias.
También una familia de Pitíos estaba caminando por el suelo. Al aproximarnos volaron a las ramas de los árboles y mostraron cuán diferente es la silueta de esta especie en la tierra y en los árboles.
Eran casi las tres de la tarde cuando emprendimos la vuelta. El Catedral se veía a lo lejos mostrando sus agujas y el Tronador limpio sobre un cielo celeste otoñal.
Valió cada minuto que pasamos sobre la balsa. Una experiencia para repetir.

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