Los teros y las vizcachas
Hace muchos años, cuando los teros usaban traje, camisa y corbata y las vizcachas se limpiaban las narices con pañuelos llenos de puntilla, sucedió esta historia: La familia Tero-tero tenía una hermosa tienda, sus mejores clientes eran las señoritas vizcachas, que todos los domingos estrenaban lujosos vestidos y unos zapatos que hacían juego con carteras gordas con manijita. ¡Ah!, ¡sí!. Eran muy, muy elegantes, si hasta iban a la peluquería y se hacían rodetes que parecían tortas y rulos que parecían rulos. Pero, tanta elegancia costaba mucho dinero y a papá Vizcacha con tanto despilfarro muy prontito se le terminó el dinero.
Entonces las traviesas muchachas tomaron una determinación. ¿Trabajar? ¡No, qué horror!; ¡y decidieron comprar sin pagar!. Pasó el tiempo y las pícaras vizcachas seguían estrenando hermosos trajes que compraban sin pagar en la tienda de los teros hasta que un buen día los Tero-tero se fundieron y quedaron pobres, pobres, tanto como si fueran teros pobres y debieron cerrar la tienda. Todos los días los pobres Tero-tero iban a la casa de las vizcachas a reclamar su dinero y a los gritos protestaban su pobreza, ya ni traje tenían. Solo chalecos y calzoncillos les habían quedado.
Entretanto las vizcachas quedaron también en la miseria y tuvieron que irse lejos de la ciudad a una cueva oscura, honda y antipática. Solo salían de noche porque sentían una vergüenza muy avergonzada cuando alguien las veía con sus vestidos deshilachados, desteñidos y destartalados.
Y así termina la historia de los crédulos Tero-tero y las traviesas vizcachas.
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